• Hoy como Ayer canceló el show de Daisy Granados pero se anunció que The Place le abría las puertas
MIAMI, 22 DE OCTUBRE DE 2012, NHR.com— El club The Place, en el corazón de la Calle Ocho de Miami, le abrió sus puertas a la actriz cubana Daisy Granados, cuya presentación anunciada para el club Hoy como Ayer fue cancelada por decisión de Fabio Díaz Vilela, propietario del centro nocturno, tras recibir mensajes de exiliados cubanos que acusaban a la actriz de haber participado en los actos de repudio durante el éxodo del Mariel.
La agrupación El Ingenio Teatro, que representa a la actriz en Miami, señaló que su espectáculo unipersonal ‘Leyenda’ se presentaría en The Place las noches de este fin de semana pasado, 19, 20 y 21 de octubre.
Las críticas a la actriz provienen de un testimonio de la bailarina y coreógrafa exiliada Juanita Baró que la vincula con un acto de repudio en La Habana en 1980.
Manuel Ballagas, de CNN, publicó un reportaje dando a conocer un altercado en el que al parecer Granados se vio envuelta en la isla, insultando a su esposa Juanita Baró.
“Este relato lo divulgué hace meses”, señala Ballagas, “pero como me he enterado de que Daisy Granados está en Miami, lo repito ahora para que se sepa lo que sucedió entre Granados y Juanita Baró”.
El recuento de los hechos lo hace la propia Baró.
“Corría la última semana de abril de 1980, una época difícil. Mi esposo, mi hijo y yo acabábamos de salir de la embajada de Perú en La Habana con un salvoconducto que no valía para nada y habíamos padecido ya dos actos de repudio en nuestro vecindario”, recuerda Baró.
“Nos habían quitado la luz eléctrica, gritado improperios y mantenido bajo asedio por dos días. Pero aun así había que comer, así que me decidí a bajar aquella mañana a la bodega, que estaba en la planta baja del edificio de apartamentos en que vivíamos entonces, en la esquina de las calles Tercera y C, en el Vedado. Cuando llegué a la bodega, con la libreta de abastecimiento en mano, me tropecé con miradas hoscas y evasivas. Nadie quería espontáneamente atacarme más de lo que antes habían hecho bajo la instigación del Comité de Defensa de la Revolución. Incluso algunas viejitas me sonrieron de soslayo. Nunca tuvimos enemigos allí. El bodeguero, sin atreverse a mirarme a los ojos, tomó mi libreta y se fue a buscar el arroz y las viandas que había venido a buscar. Me hallaba aguardando, cuando alguien me tocó fuertemente la espalda. –¡Oye, tú! –dijo una voz chillona”.
“Me volví de un salto”, prosigue Baró. “Mi sorpresa fue grande. La que así me increpó no era otra que una actriz del ICAIC a quien conocía bastante. Aunque no habíamos trabajado en las mismas películas, nos habíamos relacionado y, siendo ella del vecindario mío, hubiera podido decir que manteníamos relaciones cordiales. Nos saludábamos, nos preguntábamos por nuestras familias. Pero la expresión colérica y sus labios torcidos por el asco y la furia me dejaron fría esa mañana. Parecía otra… –¡Descarada, hija de puta! ¡Y todavía te atreves a buscar la comida de nuestro pueblo! –chilló Daisy Granados, casi pegando su cara a la mía y manoteando, como si padeciera una especie de delirio.
Mi primer instinto fue echármele encima para cubrir de bofetones y patadas a aquel energúmeno, pero me refrené. Mi salida del país y la de mi familia habrían peligrado si me metía en un altercado así. De modo que lo que hice fue cubrirme la cara con las manos para evitar los golpes, puñetazos y pescozones que la actriz de ‘Memorias del subdesarrollo’ y ‘Cecilia’ me estaba propinando despiadadamente.
–¡Maricona, negra escoria, gusana de porquería! –me gritaba, sin dejar de darme golpes y empujarme.
Poco a poco, a base de empellones me fue arrinconando contra una pared. Los que estaban en la bodega contemplaban aquel espectáculo, aterrados, en silencio. Yo me protegía lo mejor que podía: inclinaba la cabeza, me cubría con los brazos, pero Daisy Granados aprovechaba para darme golpes con la rodilla en el vientre. Cuando la esquivaba, me empujaba contra la pared y volvía a empezar a golpearme. Yo ya no daba más. La cólera me había ido invadiendo. Aquella mulata flaca no resistiría ni medio puñetazo mío. Así que me erguí de pronto y…
–¡Deja tranquila a esa muchacha, coño!— la voz era ronca, como de alguien que fumara mucho. Pero era de una mujer y me pareció reconocerla.
Aquella voz nos paralizó a las dos. Daisy Granados palideció, porque claramente no lo esperaba y le entró miedo. Cuando se volvió, tropezó con la mirada de una negra alta, canosa, algo corpulenta y de ojos relampagueantes de cólera.
–¡Tate quieta, puta! ¿Me oíte?— dijo la negra.
Yo la reconocí vagamente. Era una señora mayor, muy reservada y rara, que solía pasearse por el vecindario con dos perros y sin hablar con nadie. Algunos decían que estaba medio loca, que había sido criada de una casa de gente rica en otros tiempos y cuando sus patronos se fueron del país había perdido la razón. Yo nunca había cruzado con ella ni media palabra.
La Granados pareció recuperar el aplomo y pretendió echarse encima de la señora, pero ésta, con una fuerza increíble para sus años, le propinó un empujón que casi la hace caerse de nalgas. Ahora sí que la mulata actriz estaba asustada. Miró a su alrededor como buscando apoyo.
–¡Policía! –chilló– ¡Llamen a la PNR pa’ que se lleve a esta contrarrevolucionaria!
Pero ni siquiera el bodeguero le prestó atención. Horrorizada, la Granados contempló como la tortilla se le viraba al revés, porque la señora la había ido arrinconando contra la pared.
–No se te ocurra molestar más a esta niña, que ella se tiene que ir pero yo no– masculló la negra anciana y pegó su cara a la de la acobardada actriz— Si te veo hacerlo otra vez, por Dios que voy a ir a tu casa pa’ picarte la cara con esta mismita navaja.
No se me olvida. La vieja sacó entonces una navaja de larga y afilada y se le mostró bien de cerca a la Granados, en cuyos ojos se reflejaba un terror que nunca habría sido capaz de proyectar en una película. Luego, volviéndose hacia mí, la negra vieja dijo:
–Y tú, recoge tus mandados y no salgas más de tu casa, muchacha. No salgas hasta que te llegue la salida, coño.
Y así hice. El bodeguero me tendió los cartuchos y no quiso ni cobrarme la mercancía. Corrí escaleras arriba hasta entrar en mi casa y luego me eché a llorar”.
A continuación, en el artículo, Manuel Ballagas declara: “Este relato es de mi esposa, la bailarina, coreógrafa y actriz Juanita Baró, el cual resume el espíritu de un momento siniestro de nuestras vidas en Cuba, pero sobre todo, la baja calaña de una actriz que ahora pretende dárselas de ‘cubana sin fronteras’, de esos artistas que ahora están viniendo a Miami y dicen que no quieren ‘hablar de política’. De esos que ahora mantienen residencia en el extranjero para ellos y los suyos, pero en su momento ultrajaron a sus compatriotas por querer abandonar ese país infernal que era y es la Cuba comunista”.
Ballagas termina señalando: “Mi mujer no olvida ese horror y yo, mucho menos. La memoria de este relato pasó por mi mente en mi último viaje subrepticio a Cuba, al amparo de un pasaporte europeo que los agentes castristas no supieron detectar, y eso que viajaba así por tercera vez, nada menos que como parte de una delegación a un Festival de Cine Latinoamericano”.
“Entre tanto, Daisy Granados se presenta en Miami, y ayer le gritaba escoria a los que venían para este país!”, finaliza Ballagas.