MIAMI 18 DE ENERO DE 2019, —Ubicados en tres instalaciones, los migrantes hondureños sabían que tenían que salir a las 6 de la mañana del jueves, como les había indicado personal de la Casa del Migrante.
A eso de las 8 y 30 de la noche muchos dormían en un gran gimnasio dentro del colegio San Benito, que se encuentra a pocas cuadras de la monumental Basílica de Esquipulas que por estos días luce sus mejores galas porque se celebra la fiesta en honor al Cristo Negro.
“No es como estar en casa, claro, eso lo sabemos todos lo que venimos acá”, dice Lesbia, una mujer de unos 45 años, mientras salía del baño donde había unos chorros y solo se les permitía limpiarse con toallas húmedas, o lavarse los pies, no ducharse.
La incomodidad de la mujer era evidente, ella necesitaba darse un baño, pero personal del albergue le indicaba que las instalaciones no eran para eso.
Los hondureños se apresuraban a comer la cena que les ofrecían en la Casa del Migrante y que consistía en frijoles, arroz, café y un pan francés. Otros, los que tenían un poco más de recursos salieron a las calles de Esquipulas y cenaron tacos o tortillas con carne.
Los albergues estaban a punto de llenarse, por lo cual muchos optaron por quedarse a dormir en la calle.
“Ya nos dijeron que no hay dónde quedarnos, entonces pues no va a andar uno molestando más de la cuenta si ya le dijeron”, afirmó una mujer que prefirió no dar su nombre, mientras trataba de acomodarse junto con sus hijos en el parque frente a la Basílica de Esquipulas.
De todas maneras, ni a la mujer ni a otros migrantes se le permitió quedarse ahí porque a las 9 las instalaciones se cerrarían.
Ya en el albergue los viajantes hablan de cualquier cosa, el futbol, la situación política de Honduras, sus planes para llegar a la frontera etc. Otros, sin embargo, prefieren descansar o al menos intentarlo.
Con el ruido constante del ir y venir de personas a veces cuesta, dijo un hombre que intentaba taparse el rostro con una sábana.
Por fin, después de las 8 de la noche apagaron las luces con lo cual comenzaron a dormir.
Sentado en un área del albergue, un hombre que prefirió no proporcionar su nombre dijo que no es la primera vez que intenta llegar a EE. UU. Asegura que tomó la decisión porque en su país “hay mucha pobreza”.
El migrante reconoce que hay riesgos y que incluso podría correr riesgo su vida, pero confía en que Dios lo llevará por buen destino.
“Yo le digo a mi familia que no piensen en mi porque Dios me da muchas fuerzas.
Aquí se sufren desvelos, carreras, caminar por lugares desconocidos, pero ahí vamos pa’lante”, dice con firmeza. FUENTE: Periódico Prensa Libre